INTA: volver a empezar sin olvidar lo ocurrido

INTA: volver a empezar sin olvidar lo ocurrido

Por estos días, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria parece haber encontrado un respiro. Luego de meses de incertidumbre, idas y vueltas, intentos de vaciamiento y proyectos de ajuste que buscaban reducirlo a su mínima expresión, finalmente se concretó la primera reunión entre la Mesa de Enlace, productores de AACREA y la Secretaría de Agricultura para comenzar a trazar una agenda de trabajo.

La foto de ayer tiene una lectura política: el INTA vuelve a ponerse de pie. Atrás quedaron las intenciones de transformarlo en un organismo dócil, despojado de autonomía y con una conducción vertical, dependiente del humor del funcionario de turno en el Ministerio de Economía. El Congreso frenó esa avanzada y restituyó el histórico Consejo Directivo, con su representatividad plural: productores, universidades y Estado compartiendo la mesa.

Sin embargo, sería ingenuo pensar que “no pasó nada”. Lo ocurrido dejó huella. El intento de desguace provocó la salida de investigadores de enorme prestigio y generó una desconfianza que no se resuelve con una reunión protocolar. Reconstruir el entramado científico y la confianza de los técnicos demandará tiempo, recursos y, sobre todo, una decisión política clara de apostar a la investigación pública aplicada al agro.

El presidente de CRA, Carlos Castagnani, sostuvo que el INTA “vuelve a foja cero”. Quizás la frase sintetice bien el ánimo del momento: un reinicio, un punto de partida. Pero en este reinicio conviene no borrar la memoria. Porque cada vez que el INTA se ve debilitado, pierde no solo el sector productivo, sino el país entero. Se pierden años de investigación genética, desarrollos en biotecnología, conocimiento en manejo de suelos y una red federal que ha sido faro para miles de productores medianos y pequeños.

No hay que olvidar que el INTA ha sido responsable de avances que trascendieron fronteras: el desarrollo de variedades resistentes, programas de extensión rural que llevaron tecnología a lugares donde el mercado nunca hubiera llegado, investigaciones en sanidad animal y vegetal que permitieron sostener la competitividad del agro argentino. Hablar de recortar al INTA no es hablar de “menos burocracia”: es hablar de menos ciencia, menos futuro y más dependencia tecnológica del extranjero.

El desafío, entonces, es doble: rearmar la institución en su estructura formal —con delegados, mandatos y representación—, pero sobre todo devolverle la mística de organismo faro de la innovación agropecuaria. La próxima reunión, prevista en unos días, debería marcar más que un orden del día: tiene que ser el inicio de una agenda estratégica, que abarque desde el manejo sustentable de los recursos hasta la inserción tecnológica en los mercados globales.

La política ya dio un primer paso al frenar el intento de ajuste. Ahora es el turno de la dirigencia agropecuaria y de los propios investigadores: demostrar que el INTA no solo “sigue en pie”, sino que puede ser la brújula en un tiempo donde la ciencia aplicada al campo es más necesaria que nunca.

El INTA ha sobrevivido a crisis económicas, a cambios de signo político y a intentos de manipulación. Quizás este nuevo comienzo sea también una oportunidad: la de repensarse, modernizarse, tender puentes con el sector privado sin perder su esencia pública, y recuperar a las nuevas generaciones de investigadores que hoy miran con desconfianza.

La Argentina necesita un INTA fuerte, ágil y creativo. Lo que ocurrió en estos meses debe servir de advertencia, pero también de aprendizaje. Porque, lejos de ser un organismo del pasado, el INTA tiene la oportunidad de renovarse y volver a ser protagonista del futuro.